Propuesta del presidente peruano Alan García presentada en la cumbre de Unasur en Washington no prosperó porque canciller chileno Mariano Fernández consideró que el lenguaje empleado es propio de un escenario bélico
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Por Cèsar Reyna
Hizo bien el jefe de la diplomacia chilena en rechazar el pedido del mandatario peruano porque Latinoamérica no se encuentra inmersa en un clima de preguerra como el que atravesó Europa antes de las dos primeras conflagraciones mundiales, donde los pactos y alianzas militares estuvieron a la orden del día. Un acuerdo de esa naturaleza solamente hubiera incrementado la desconfianza en lugar de reforzar la integración ya que terminan rompiéndose a la larga o fomentando el armamentismo.
La historia del siglo XX nos ha enseñado que los pactos de no agresión, lejos de disminuir las preocupaciones, las elevan, pues el país que apuesta por la paz tiende a desarmarse y que el toma algunas precauciones a armarse, lo que genera un evidente desbalance militar. La desigualdad en el terreno armamentístico incentiva al país mejor preparado a lanzar una ofensiva como ocurrió con la Alemania nazi contra los soviéticos en la Segunda Guerra Mundial, quienes debieron recurrir a los norteamericanos y su tecnología para igualar el poder de fuego de su rival.
Lo más probable es que los países que firman ese tipo de tratados comiencen a rearmarse tratando de equiparar las adquisiciones de sus vecinos, desatando así una carrera armamentista. Aumentar el gasto en defensa en países pobres es contraproducente porque existen numerosas necesidades sociales por atender. Lo mejor que se podría hacer es limitar las compras de armamento a un porcentaje del PBI, es decir, que sea proporcional al tamaño de sus economías y se justifique según las necesidades de reposición de equipos de sus institutos armados. No solo es necesaria la transparencia del gasto militar propuesta inicialmente por el Gobierno de Michelle Bachelet y secundada por el de García, sino homologar las compras a un determinado estándar para no originar desequilibrios ni alimentar tensiones.
García quiso poner entre la espada y la pared a Chile cuando le propuso suscribir un pacto de no agresión. Él sabía perfectamente que los sureños iban a rechazar su planteamiento y conto con eso para presentarse como un buscador de la paz. La estrategia del mandatario incaico de presentar a nuestro vecino como un país belicoso no tiene asidero pues Chile es uno de los países más estables de la región; algo que no se podría decir precisamente de Perú porque existe el riesgo de que el candidato ultranacionalista Ollanta Humala pase a la segunda vuelta en las próximas elecciones presidenciales.
Chile, a diferencia de Perú, no se debate entre extremismos políticos pues ha consolidado su democracia. Chile no tiene intención de atacar a nadie a menos que se sienta amenazado o provocado. Si ha iniciado desde hace varios años un programa de reequipamiento se debe principalmente a la renovación de sus equipos para adecuarlos a las necesidades de su defensa. Por su longitud de costas debe cubrir un mar extenso y varios miles de kilómetros de tierra a pesar de ser una franja trascordillerana. Además, el Gobierno de Bachelet anunció hace poco que suspenderá el canon que reciben las Fuerzas Armadas Chilenas proveniente de los ingresos del cobre (de la compañía Codelco, la mayor cuprífera del mundo). Con ello reducirá su presupuesto militar significativamente ya que actualmente perciben el 10% de las ventas.
El gran temor de Santiago es que se presente un escenario donde gane el candidato de la derecha chilena, Sebastián Piñera, uno de los hombres más acaudalados de su país, y triunfe en los comicios peruanos el ex oficial Ollanta Humala Tasso porque ello podría ocasionar la intromisión del presidente venezolano Hugo Chávez en sus asuntos internos. Si Chile es gobernado por la derecha existe la posibilidad de que tanto Chávez como el presidente boliviano Morales generen tensiones por su orientación ideológica. Morales ya expresó en una oportunidad su descontento a que ganara Piñera porque abraza el neoliberalismo, una corriente repudiada por ambos mandatarios socialistas.
Nuestros vecinos son los que más perderían iniciando una guerra porque perderían las inversiones realizadas en el país (que suman varios miles de millones de dólares), echarían por tierra su imagen y su respeto por el derecho internacional. Cabe recordar que Chile se opuso, durante el Gobierno de Ricardo Lagos, a la invasión norteamericana de Iraq, a pesar que Estados Unidos lo chantajeaba con dilatar las negociaciones de su Tratado de Libre Comercio (TLC), el primero que suscribió un país de la región con la superpotencia. Esto demuestra que Chile siempre ha respetado las leyes internacionales que prohíben la guerra, por lo menos desde que retornó a la democracia en 1990, como medio de solución de diferencias entre dos o más Estados.
Humala les preocupa mucho porque ha confesado ser admirador del pensamiento del ex dictador peruano Juan Velasco Alvarado, quien gobernó Perú tras derrocar a Fernando Belaunde Terry en 1968. Velasco tenía planes concretos de invadir Chile para recuperar las provincias perdidas durante la Guerra del Pacífico (1879- 1884). Pero un golpe producido al interior del Ejército paralizó la incursión militar que debía producirse en 1975.
Entonces, la combinación de un triunfo de Humala con una victoria de Piñera, el favorito para ganar las elecciones chilenas, podría crear un clima de tensión en nuestra frontera sur. A esto habría que agregar la controversia planteada por Perú en la Corte Internacional de Justicia de La Haya para definir nuestros límites marítimos. La demanda presentada podría el detonante de un conflicto si las partes no respetan la resolución de la Corte.
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Publicado por César Reyna para reservamoral.org el 9/16/2009 02:51:00 PM
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