Eva Bracamonte y Liliana Castro claman inocencia entre llantos.
El televidente que se enganchó con la emisión del lunes del programa `Prensa Libre` conducido por Rosa María Palacios, difícilmente podrá olvidar el llanto premeditado de Eva Bracamonte y Liliana Castro Mannarelli. La reacción de las dos chicas frente a las cámaras no fue espontánea pues su abogado les debió sugerir que se mostraran más humanas y no tan frías, como si nada estuviera pasando a su alrededor.
El derrumbe emocional fue ensayado para sensibilizar al público y tratar de ganar algunos puntos en el terreno mediático. Si brotaron lágrimas de demás en las jovencitas fue por el temor de ir a la cárcel pues estarían viviendo sus últimos días de libertad. Durante tres años vivieron un idilio puro en la casa donde se cometió el crimen. Eva, sin ningún remordimiento alguno, duerme en el cuarto que ocupó su madre (resulta nauseabundo pensar que en el mismo lecho de muerte de su progenitora mantiene tórridos encuentros con la Mannarelli).
Cualquier otra persona hubiera vendido la residencia (porque sus ambientes le producen malos recuerdos) o clausurado definitivamente la habitación en señal de duelo. Cuesta mucho entender cómo alguien puede conciliar el sueño en esa recamara a menos que haya estado involucrado en el asesinato.
Eva no sólo quería deshacerse de su físicamente madre sino encarnarla, es decir, sentirse dueña de todo lo que ésta poseía. Al instalarse en su antiguo cuarto se convirtió automáticamente en la nueva señora de la casa. Por eso más que un novelón o culebrón mexicano, el Caso Fefer tiene tintes griegos y shakesperianos porque es una cruda tragedia.
Su hermano menor, Ariel Bracamonte, sólo pudo observar con horror e indignación las declaraciones de su hermana y la cómplice de ésta como si fuera Hamlet. La impunidad con la que ambas se despacharon al hablar e inculpar a los demás, especialmente a Ariel Bracamonte y al abogado Pinkas Flint Blanck, las convierte en seres casi irreales de los que solamente se ha oído o sabido de ellos por los mitos helénicos o por las obras del mayor dramaturgo inglés.
Eva parecería ser la autora intelectual ya que nunca se preocupó por investigar el asesinato y volvió a la normalidad con suma rapidez. Que alguien se recupere casi inmediatamente de una pérdida no implica necesariamente aplomo y madurez, sino más bien dar por concluido un acto o papel que ya no es necesario representar: el de hija doliente y abatida.
Su período de duelo fue demasiado corto para una persona que vio a su madre bañada en sangre al amanecer. A Myriam Fefer no la mató una bala perdida ni fue víctima de un asalto en callejero, sino que fue ahorcada mientras sus hijos dormían en el segundo piso.
La naturaleza del crimen revela que el móvil fue el odio: un odio que se implantó hace tiempo en el corazón de Eva, y fue gestándose con detalles, coartadas y artimañas en la mente de la Mannarelli. Eva no pudo haberlo hecho sola pues reconoció su incapacidad al decir sin Liliana la inmobiliaria ya habría quebrado.
En otra parte de la entrevista Liliana dijo que no era una "mantenida" porque trabajaba en la empresa de Eva, en la que "se encargaba de la parte administrativa" pese a no tener conocimientos gerenciales ni contables. Su única experiencia era haber trabajado desde los 10 años vendiendo limonadas en la puerta de su casa y sirviendo como mesera en algún pub o restaurante de lujo. Con esas "credenciales" se presentó en el programa de Rosa María Palacios para justificar su jugoso sueldo.
También dijo, entre otras cosas, que "se valía por sí misma" y que se repartía "los gastos de la casa con Eva". Bueno, ¿cómo no se va a valer por sí misma si cobra dividendos periódicamente de la empresa y recibe un pago mensual? Con su corta o nula experiencia y sus dos ciclos de universidad, ninguna firma respetable la contrataría para dirigir un negocio. Debido al cargo ostenta en la inmobiliaria, ahora resulta que la Mannarelli le paga el sueldo a su compañera y heredera incapacitada.
Otro asunto que llamó la atención fue la treta de irse a vivir a Israel para enrolarse en el Ejército luego de haberle dado un poder a su madre para que custodie sus bienes (las acciones, inmuebles y cuentas bancarias que recibió de su abuelo). Todo ello fue preparado para que hacerle creer a las autoridades mantenía buenas relaciones su madre, ya que no es posible imaginar que una chica floja e indisciplinada como Eva decida someterse al duro entrenamiento de las fuerzas israelíes. ¿O es que alguno de ustedes la imagina subiendo colinas en el desierto de Negev o patrullando con su Galil un cruce fronterizo en Gaza?
Por César Reyna
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